Recordaba antiguas navidades,
donde el encanto radicaba en decorar mi hogar: nacimiento aquí, cesta de piñas
allá, aromáticos centros de mesa, velas por doquier, y el árbol, dominando el
lugar con su altura de dos metros, henchido de adornos, casi todos, elaborados
por mis manos. Escuchando música
decembrina de villancicos españoles, por mis raíces; gaitas y aguinaldos, por
mi adopción venezolana y relleno de música tradicional anglosajona, por
querencias ya lejanas. Sentaba en el
centro del lugar, envolvía regalos con papeles y cintas multicolores. Bebía ponche planificando la cena de
Nochebuena, y respiraba profundamente el aire fresco de la temporada, el
que barría el cielo de nubes y dejaba
brillar un tímido sol.
Han pasado muchos años desde
entonces, quizás más de veinte, aún resplandece el mismo sol. Todos se han hecho mayores, ya no hay niños
correteándonos. Sólo existe el recuerdo de aquellas navidades que ahora no
fulguran. Este 24 en la noche, como
desde hace tiempo ya, cenaremos en silencio mi marido y yo. La tele mostrará
imágenes vocingleras, nos sentaremos un
rato frente a ella y nuestros gatos se nos unirán. A las 10 un beso de buenas noches, nos
acostaremos: mi marido, mis gatos y yo.
Tere Casas ©2013