martes, 5 de junio de 2007

EL BIKINI ROSADO





Ambos llevaban poco tiempo conociéndose pero se notaba que existía una cierta atracción. Ese sábado decidieron irse solos a la playa, de esta manera podrían tratarse más.

Viajaron por hermosos parajes y carreteras, entre selváticas montañas. Hablaban sin cesar. A ella le gustaba de él su forma alegre de enfrentar la vida. Tenía un sentido del humor algo sarcástico, pero a ella le resultaba agradable. Él, más primario, le encantaba la chica, poseía un cuerpo estupendo.

Al fin comenzaron a divisar el mar y descendieron por la ladera. Todo les parecía hermoso: los paisajes cada vez más atrayentes, bañados por la radiante luz del sol matutino, la vegetación exuberante con distintas tonalidades de verde, las diferentes dimensiones en las hojas de los árboles, el grosor de los tallos. Podían verse, a lo lejos, las aves que sobrevolaban los pescadores que a esas horas ya regresaban de sus faenas marinas e iban dejando atrás restos de la pesca obtenida.

Llegaron a la playa, algo solitaria aún. Ella feliz de poder mostrarle su bien estructurado cuerpo, dentro de aquel diminuto bikini rosado. Bajaron del automóvil. Se llevaron con ellos una gran toalla. Caminaron por la arena, la cual a esa hora de la mañana aún estaba fresca.

Extendieron la toalla en un lugar apartado y continuaron charlando. Sintiendo el calor del sol, caminaron hacia el mar. Éste se veía tranquilo. Únicamente en la orilla rompían las olas de una forma algo fuerte. Se introdujeron en su calidez y en pocos momentos estaban ya en aguas profundas. Nadaron uno al lado del otro, jugueteando como chiquillos que van al mar por vez primera. Decidieron regresar a la arena. Se separaron y cada uno nadó por su lado.

Cerca de la orilla, cuando ella se ponía de pie, una ola la batió contra la arena del fondo, y al tratar de incorporarse se dio cuenta que el pantaloncillo del bikini rosado se le había deslizado. Así que prefirió seguir sumergida mientras se lo ajustaba. Una vez éste en su lugar, otra ola arremetió contra ella y su bikini, teniendo que proceder a ajustarse de nuevo la pieza. Pero llegó otra ola y luego otra y después otra. Con todo eso, no sólo no conseguía subirse el pantaloncillo, sino que cada vez disponía de menos aire en sus pulmones. En aquella batalla, comprendió que debía, con o sin el bikini, sacar la cabeza y tomar aire o se ahogaría. El mar estaba como enfurecido. En aquella orilla, donde el agua no alcanzaba menos de un metro de altura, la fuerza de las olas le impedían ponerse de pie.

Él dio varias brazadas. El agua tenía una temperatura tan agradable y estaba tan calmada, que decidió nadar un rato, paralelamente a la playa. De regreso a la orilla, la buscó con la mirada, protegiéndose con su mano de los rayos del sol a modo de visera.

La vio a lo lejos, tumbada al sol, cerca de la toalla. Caminó hacia ella. La estampa que ofrecía su torneado cuerpo sobre la arena, con aquel bikini rosado y los rayos solares acariciándola, le hicieron apurar su paso. Iba acercándose. Ya podía distinguir las gotas de agua resbalando despacio entre sus turgentes senos, su vientre plano y sus muslos tersos. Su hermosa cabellera empapada se enroscada alrededor de cara, hombros y brazos. Sus deseos de estrechar entre sus brazos aquella figura imponente y posar sus labios en aquellos otros carnosos, se hicieron apremiantes. Sin embargo, se detuvo por segundos para disfrutar visualmente de la hermosa estampa que ofrecía; parecía una sirena secando sus cabellos al sol. Quería detener el tiempo ante aquella imagen, toda seducción. Se acercó. Se tendió a su lado, reparó que el pantaloncillo de su bikini rosado, estaba algo retorcido, pero sin darle importancia, acercó sus labios a los de ella y comprobó que no le respondía. Abrió los ojos y vio con horror que ella yacía sin vida.



Tere Casas
de su libro "Partículas"
Marzo 2007

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