martes, 5 de junio de 2007

EL HELADERO



Este verano debía trabajar pues necesitaba obtener algunos recursos económicos. Lo que sus padres le enviaban no era suficiente para todos los gastos que tenía. Así que decidió hacer la suplencia al heladero. Sólo tendría que ir a la plaza cercana al instituto y vender los helados a los crios que jugaban todas las tardes en el lugar.

Lo que no esperaba él, era ver a esa chica comprar todos los días un helado y degustarlo con tanto esmero. Si la analizaba quizás no era bonita, sin embargo tenía una melena encrespada, un cuerpo bastante aceptable, siempre con buenos escotes, por donde podía apreciarse unos senos firmes y naturales. Podría jurar que no portaba sostén alguno, ya que bailaban alegremente cuando caminaba hacia él. Al llegar pedía siempre un cucurucho de chocolate y limón. Le explicaba ella: El limón arriba para saciar mi sed y el chocolate abajo para apaciguar mi deseo.

Él sonreía y le entregaba el pedido, observándola de cerca. En la frente de ella brillaban gotitas de sudor, entremezcladas con los rizos cercanos a su rostro. Sus ojos que sin ser hermosos eran muy expresivos enmarcados por largas pestañas aterciopeladas. Emitía un olor que le resultaba, como de felino. Era entre dulce y amargo. Quizás fuera como almizcle. Tal vez era su macho cabrio interno, el que detectaba ese aroma. Pagaba el helado y se sentaba enfrente, en uno de aquellos bancos rojos de la plaza. Atrás quedaba la vista de la bahía y el cielo azul. La brisa que llegaba del mar, movía sus cabellos con suavidad, ella los apartaba, de vez en cuando, distraídamente de entre sus labios.

Él no oía la algarabía reinante de los crios jugando y correteando a su alrededor. Tampoco podía escuchar las madres dando instrucciones a sus hijos: "Bájate de ahí." "No tires tierra". "Busca a tu hermana". Únicamente, tenía ojos para ella, que distante, ni se percataba de su existencia.

Sonreía ella mirando el cucurucho, que devoraba ávidamente. Por lo pronto la pequeña bolita de limón que se encontraba primero, casi había desaparecido entre sus húmedos labios: "Era para refrescarse" había dicho. Luego, con un deleite sin igual comenzaba con el chocolate. Lo lamía y relamía, dándole forma de pelota. Después lo introducía dentro de su boca, atrás de sus carrillos, y allá dentro, lo chupaba. Seguro, pensaba él, ahora con la punta de su lengua le da a la corona del mismo. Regresaba el helado fuera de su boca y con delicadeza se secaba el exceso sus labios. Volvía a lamerlo y a introducirlo en su boca. Así hasta mostrar unos blancos dientes que comenzaban a morder con amor y fruición el cucurucho de dulce galleta. Toda esta operación la hacia con sus ojos entrecerrados, mostrando únicamente sus largas pestañas. Finalizado el helado, se secaba los labios y se iba. Dejando detrás una estela de calor, que el pobre heladero, sólo podía contener, abriendo la nevera y metiendo su cabeza en ella.


Tere Casas

de su libro "Partículas"
Marzo 2007

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